La vacua anécdota de los dos timoratos erizos

Dejé abierta la maciza puerta de roble borne, motivada por la pueril esperanza de que aceptara mi invitación, tal vez demasiado formal. Todavía azorada por mi pequeña pero fatal imprudencia, examiné con socarronería las coquetas flores que tan cuidadosamente había dispuesto en el anodino jardín, con la ridícula pretensión de que pareciera más interesante. El medroso erizo de trémulas púas ya no estaba.

No lloré, ni siquiera un poco. Pero sí que reí; reí desconsolada y esdrújulamente.

Estado